
El doctor Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos: «¿Por qué no se suicida usted?» Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar .
Mi experiencia.
El Hombre en busca de sentido,
apreciado lector, no es una novela. Es un relato del holocausto llevado a cabo
por Viktor Frankl, un psiquiatra que padeció el horror de los campos de concentración
y que en un par de días revivió momento a momento un espacio de la historia que
pareciera salir del mismísimo infierno, mientras esmeradas taquígrafas vertían
al papel y, por lo tanto, a la memoria y al conocimiento universal, su experiencia.
El autor deja claro desde un primer momento que
lo que busca con su texto no es narrar los horrores de la herida abierta más
sangrante de la historia de la humanidad, sino explicar qué ocurría en el
interior de los hombre y mujeres prisioneros, despojados de todo menos de sí
mismos, a medida que iban pasando los
días más oscuros de sus vidas.
Es cierto, el libro se jacta de alejarse del morbo típico con el que se
aborda el terror nazi, por ello lo leí, siento que este creciente uso de “las
imágenes fuertes”, lo explícito y la hiperemocionalidad para atraer público me
repugnan un poco. Sin embargo, el libro no carece de pasajes escabrosos y
abyectos, en donde no sabes si llorar a mares o vomitar y a través de los
cuales nuestra capacidad de asombro revive ante las infinitas posibilidades de
la humanidad, tanto de bondad como de maldad.
Más valorable aún es que el dr. Fankl jamás se
victimiza y se reconoce un suertudo por haber huído de los dedos de la muerte tantas
veces.Hay ciertos pasajes que se grabaron a fuego en mi cabeza, además de aquéllos obvios en donde la imaginación te hace visualizar escenas terroríficas y sangrientas llenas de deshumanidad. Son frases que quedarán en mi registro de aprendizajes para la vida: “los mejores de entre nosotros no volvieron (de los campos de concentración)”. Estas palabras resumen la esencia del libro a mi parecer. El autor quiere demostrar cómo la libertad humana está viva aún en esos espacios en que pareciera que al hombre ya no le queda nada propio, pues sigue siendo capaz de elegir el bien, sacrificarse por otros y darle completo sentido a la vida.
Este libro es una experiencia. Lo leo por segunda vez ahora que siento
que mi criterio lo digiere mucho mejor. Es un texto que prueba nuestra
capacidad de “observar” el dolor ajeno con madurez y nuestra empatía. Es también
una instancia de aprendizaje histórico, sociológico y psiquiátrico (el autor es
el creador de la Logoterapia, terapia psicológica basada en la búsqueda del
sentido de la propia existencia y este libro es también una especie de
introducción ella) y una oportunidad de sentir tanta rabia y también tanto
asombro por la capacidad del ser humano de aguantar o por lo impredecible su actuar.
Por último, quiero agregar que existe una película que amo y que seguramente
usted conoce: La lista de
Schindler. Su fotografía y las
actuaciones son maravillosas y me gusta precisamente porque carece de morbo e
impacta profundamente aún con ello. A diferencia de El Pianista, por ejemplo,
película que recurre precisamente a esa
hiperemocionalidad y crudeza que, señor lector, el mundo cree que es lo único
que lo moverá. No permita que eso pase.
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